El 15 de marzo de 2023 se cumplen tres años de la declaración del estado de alarma por la pandemia del coronavirus. Dos días antes, el 13 de marzo de 2020, ya sabíamos que el confinamiento era inevitable. Una situación nunca antes conocida en nuestro tiempo y en nuestra sociedad.
Se ha escrito y dicho mucho sobre cómo ha afectado esta pandemia al mundo. Este post no va de eso; va de abrir una pequeña ventana para ver cómo la hemos vivido desde dentro de la terapia.
Obviamente lo que describo aquí no es la secuencia exacta de cómo ha vivido todo el mundo la pandemia. Pero sí retrata un recorrido general que todos y todas hemos hecho, cada cual con sus recursos, desde la terapia o sin ella, con más o menos apoyo familiar o social, más o menos afectados por la enfermedad.
¿Recuerdas dónde estabas cuando supiste que nos tocaba confinarnos?
Yo sí: en la consulta. Me lo dijo una de las personas que vino ese día a terapia. Como a todos, aunque lo veía venir, me invadió un sentimiento de incertidumbre y miedo: por la evolución de la enfermedad y por las repercusiones que tendría en mi mundo y en el mundo.
Y pude percibir in situ en las sesiones de ese día cómo empezaba a afectar a las personas con las que trabajé: miedo al contagio, sí, pero también miedo a perder su negocio, su trabajo, a quedarse atrapados en una ciudad que no era la suya, a no poder salir a la calle… Y mucha incertidumbre por no saber cuánto tiempo duraría la situación.
Esta incertidumbre también afectó a la terapia. En esas últimas sesiones presenciales una misma pregunta se hizo viral (perdonadme la broma…): si nos tenemos que confinar, ¿ahora qué hacemos con las sesiones? Ese temor se disipó pronto: bendita terapia online.
Y así empezó una fase en la que se nos disparó la ansiedad por el temor a lo desconocido. Y el miedo porque lo que ya conocíamos (el virus) causaba enfermedad y muerte.
En esta fase muchas de las sesiones fueron orientadas a trabajar lo que llamamos primeros auxilios psicológicos: estrategias de autorregulación emocional con las que cada persona fue encontrando la calma y el control necesarios para afrontar los cambios tan abruptos que se estaban produciendo.
Lo que hoy vemos como algo relativamente “corto” (el confinamiento más estricto duró un mes y medio), entonces nos pareció eterno.
Pero el tiempo fue pasando y entramos en una nueva fase en la que aprendimos a convivir con el Síndrome por Pérdida de lo Cotidiano: la ansiedad derivada de dejar de hacer cosas que antes hacíamos con normalidad o que tuvimos que empezar a hacer de forma diferente.
Por ejemplo: visitar o no a nuestros familiares; salir a dar un paseo o quedarme en casa; a qué hora bajar a comprar para no encontrarme aglomeraciones; volver a trabajar presencialmente; o seguir haciéndolo en remoto; o no saber si saldré del ERTE; ¿me podré ir de vacaciones? Me las merezco, pero me da miedo…
Ese sobreesfuerzo de adaptación nos afectó (en mayor o menor medida) en seis áreas:
- Autocuidado/autoprotección (“No soy capaz de cuidarme”).
- Afrontamiento del estrés (“No sé cómo enfrentarme a esta situación”).
- Conexión con los demás (“Me siento solo/a”).
- Regulación emocional (“No soy capaz de controlar mis emociones»).
- Protección social (“No confío en que las autoridades estén haciendo bien su trabajo”).
- Proyección a futuro (“Pienso que esta situación va a durar eternamente”).
Y de nuevo la ansiedad actuando como una brújula desnortada. De nuevo el trabajo terapéutico orientado a desarrollar recursos para afrontar los cambios: ya podíamos salir a la calle, pero ¿Cómo protegernos del miedo?.
Una vez nos fuimos adaptando a los cambios y la epidemia aflojó, esa ansiedad inicial fue remitiendo. Entonces emergió una nueva fase: nos tocó encargarnos de las emociones “lapa”, las que se nos habían quedado pegadas tras superar las fases iniciales.
En este tiempo pudimos empezar a sanar las heridas emocionales que dejó el COVID: duelos no elaborados, cambios perjudiciales en lo cotidiano, celebraciones pendientes, proyectos interrumpidos, readaptar el ocio, retomar el contacto físico… digerir la tristeza, la rabia y el miedo tras tanto estrés acumulado.
Para ese entonces ya empezábamos a tener algunas certezas que hoy en día hemos asimilado: estábamos pasando por una pandemia que afectaba al mundo entero y el coronavirus estaba aquí para quedarse.
Y llegamos a la fase actual. Hemos recobrado la libertad que tanto anhelábamos cuando no podíamos salir de casa o cuando el acceso a casi todo estaba restringido… Entonces,
¿Por qué hay gente que sigue sintiéndose insegura cuando piensa en retomar rutinas previas a la pandemia?
Ese es el miedo que muchas personas están afrontando ahora: tomar decisiones de forma autónoma. Durante mucho tiempo nos han dicho lo que podíamos hacer y lo que no, y cómo podíamos hacerlo. Nos habituamos a cumplir las normas bajo un intenso nivel de estrés, lo cual nos ha guiado en momentos de incertidumbre, pero también ha afectado a nuestra capacidad para tomar decisiones.
Ahora ya no hay pegatinas en el suelo del supermercado para guardar la distancia (y las que quedan se están despegando), podemos ir a casa de quien queramos cuando queramos y ni siquiera es obligatoria la mascarilla en el transporte público. Pero para mucha gente (aún) no es tan sencillo planear su día a día sin esas guías.
Hace apenas un par de semanas una persona me decía en sesión (con un tono mezcla de alivio y triunfo contenido, y tras un viaje transoceánico en avión superado con éxito) que había decidido dos cosas: retomar su pasión por viajar tras tres años de auto-restricciones; y empezar a dar vacaciones a sus mascarillas. Este ha sido su ritmo y este es el tiempo que ha necesitado para darse esos permisos.
Y aún nos queda una parada de este viaje por la incertidumbre: integrar los cambios que han venido para quedarse definitivamente. El acelerón digital, el teletrabajo, los extraños comportamientos de los virus de toda la vida, ¿Te has resfriado ya dos o tres veces este invierno? ¿Tienes alergias que antes no tenías?, etc.
Este es nuestro próximo reto emocional.
¿Te imaginabas esto hace justo hoy tres años? Yo no.
Tu proceso emocional en la pandemia ha podido ser similar a este o tal vez muy diferente. En cualquier caso, si algo de lo que has leído aún resuena dentro de ti y te genera malestar, tienes a tu disposición toda la experiencia acumulada en Grama Psicología para ayudarte a sentirte mejor.