¿Has probado a contar las veces que utilizas o escuchas a tu alrededor las palabras ansiedad y estrés? En el trabajo, cuando recoges a tus hijos e hijas en el cole, en las tertulias de televisión en las que se habla del coronavirus… El uso de estos términos ya era habitual antes de la pandemia y se ha disparado desde la llegada del Covid 19.
Según la Organización Mundial de la Salud, hablamos de las patologías (junto con la depresión) que más afectan a nuestra salud mental.
Ansiedad y estrés serán la principal causa de discapacidad médica en 2030
Por eso, ya que nos toca convivir con ambos conceptos, es importante saber de qué estamos hablando.
Cuando nos referimos a ansiedad, hablamos de un cuadro de síntomas corporales, emocionales y cognitivos marcados por una preocupación excesiva sobre el futuro.
Por su parte, el estrés es una reacción fisiológica natural del cuerpo a una situación que nos supone una alta demanda.
Y comparten un elemento común: nos hacen sentir mal. Ese malestar activa nuestras alarmas. Cuando las señales son muy intensas, nos preocupamos. En ese momento la ansiedad y/o el estrés ya no son algo de lo que hablar tomando el café en el trabajo, sino algo que me pasa a mí. Es el momento de buscar ayuda especializada e iniciar un proceso de psicoterapia.
En este post me gustaría ayudarte a reconocer algunas de sus señales características
Por eso te invito a conocer los casos (reales, con identidades ficticias) de dos personas que decidieron acudir a Grama Psicología para tratar sus problemas de ansiedad y estrés.
Ana viene a terapia porque tiene ansiedad. No localiza el inicio o la causa concreta. Es una sensación que le resulta conocida, ha pasado por ello otras veces. No llega a paralizarla, hace vida normal, pero se siente muy incómoda. Sobre todo se siente insegura, especialmente cuando tiene que tomar decisiones.
Las sesiones nos permiten descubrir que tiene un apego ambivalente que le lleva a relacionarse con sus parejas de una forma insegura. Detrás de esa forma de relacionarse hay una creencia sobre ella misma: “no soy suficientemente capaz”. Esa idea surgió cuando era pequeña cada vez que ella intentaba agradar a su madre y a su padre a través de sacar buenas notas, portarse bien, etc. No lo conseguía siempre, aunque a veces sí, y eso le generó esa ambivalencia. En el presente, a veces tiene la impresión de que conecta con su pareja, se siente bien y es correspondida. Pero otras se ve haciendo cosas que no le agradan, como ceder a la hora de hacer planes o no dar su opinión sobre algunos temas por miedo a equivocarse.
Esto no le ocurre tanto en otros ámbitos, donde sí se muestra segura. Y ahí anida su ansiedad: en la tensión interna que le genera una parte que dice “no quieres ir al cine, quieres ir al teatro, díselo” y otra que dice “ni se te ocurra decírselo porque te deja. Ve al cine”. En el fondo sabe que él no la va a dejar, pero su sentimiento de abandono es muy intenso y la bloquea. Una batalla difícil de resolver y que requiere un trabajo especializado para desmontar progresivamente esa idea de “no soy capaz de mostrarme segura”.
Aunque sea muy desagradable, ¿por qué debemos prestar atención a nuestra ansiedad?
La ansiedad funciona como una alarma. En el caso de Ana, el mensaje que le dejó fue el siguiente: “Ana, tal vez una terapia te ayudaría a descubrir por qué te sientes tan insegura en tus relaciones. Parece que te vendría bien reforzar un poco tu confianza y tu autoestima”.
Julio viene a terapia porque acaba de pasar un pico de estrés en el trabajo que le ha desbordado. Su jefe le pedía tareas y él intentaba llegar, pero cada vez le costaba más. Ahora está un poco más tranquilo; las semanas anteriores ha dormido mal, estaba irascible y lo pagaba con su pareja y sus hijos. Se notaba a ratos acelerado y otras veces desconectado, como si no estuviera.
En las sesiones descubrimos que de pequeño apenas recibía reconocimiento por sus logros. Sacar buenas notas o ser responsable era lo mínimo que se esperaba de él, no tenía mérito. Disfrutar de su ocio no era muy bien visto porque podía convertirlo en un irresponsable. Y aunque destacaba jugando al fútbol, nadie se lo reconocía porque “el halago debilita, hijo”. Aprendió a esconder sus emociones: las “negativas” porque le hacían vulnerable y las “positivas” porque le podían distraer del esfuerzo y la responsabilidad. Desarrolló un apego evitativo.
Como adulto tiene tendencia a cargarse de responsabilidades y le cuesta parar o poner límites porque siente que su valía personal depende de su rendimiento. Es muy autoexigente: ahora en el trabajo, años atrás en la universidad y de toda la vida jugando al fútbol, actividad que sólo disfruta si gana y juega bien.
¿Cómo identificar que el estrés ya no es mi aliado, sino un problema?
Estas situaciones de estrés antes dejaban menos posó en Julio, pero de un tiempo a esta parte los síntomas le duran más tiempo. Anticipa el siguiente aluvión de trabajo y se pone muy nervioso, se enfada, no quiere hablar de ello… Cada vez le cuesta más relajarse y disfrutar de otras actividades.
Ese estrés que se ha quedado dentro de él es la señal que le lleva a pedir ayuda. Le está avisando: “Julio, necesitas que te echen una mano para reducir tu tensión corporal. Te vendría bien aprender a manejar la sensación de estar reviviendo el estrés del trabajo aunque éste ya haya remitido. Tú eres (y vales) mucho más que tus logros profesionales o ganar el partido del domingo”.
A Ana le convenció de empezar una terapia su mejor amiga y confidente. Con ella hablaba a menudo de su ansiedad, sin darle mucha importancia. Hasta que un día esa amiga le dijo: “ese agobio que te entró ayer cuando no sabías si comprarte el jersey verde o el rojo, marcharse corriendo de la tienda y llamarme llorando para contármelo tiene toda la pinta de que fue un ataque de ansiedad”. Probablemente con esas palabras ayudó a Ana a prevenir un trastorno de ansiedad generalizada.
Julio apenas habla de sus problemas con nadie, aunque suele repetir que tiene mucho estrés, como si no fuera con él. Hasta que un día jugando al fútbol se desconectó por completo del partido y estuvo varios minutos deambulando por el campo. Uno de sus compañeros se le acercó en el vestuario y le dijo: “¿Problemas en casa o en el trabajo? Llevamos tiempo notándote distraído, pero lo de hoy es preocupante. Te he llamado varias veces durante el partido y no me oías, parecías un zombi. A mí me pasó hace tiempo y necesité ayuda, no parecía yo”. Es posible que ese compañero haya ayudado a Julio a prevenir un trastorno de estrés postraumático.
Si sufro estos problemas, ¿en qué me va a ayudar la terapia?
Tanto Ana como Julio pasaron de hablar de ansiedad y estrés como si no fuera con ellos a pedir ayuda para gestionarlos. En ambos casos comenzaron pronto a sentirse mejor. Ambos terminaron sus terapias sintiéndose más seguros, siendo capaces de tomar decisiones y de poner límites. Hoy se conocen mejor y eso les ayuda a prevenir situaciones que les generen ansiedad o estrés.
Si te sientes reflejado/a en la historia de Ana o en la de Julio, no dudes en contactar con Grama Psicología. Un terapeuta especialista en ansiedad y estrés te ayudará a reescribir tu propia historia y a sentirte mejor.
Referencias y recursos:
- En tiempos de estrés, haz lo que importa: Una guía ilustrada:
https://www.who.int/docs/default-source/mental-health/sh-2020-spa-3-web.pdf?sfvrsn=34159a66_2 - Salud y Familias adapta en vídeo una guía de la OMS para afrontar el estrés y la adversidad | Escuela Andaluza de Salud Pública (easp.es)