El cuerpo en terapia: llave y cerradura

El cuerpo en terapia

Cuando Teresa llega a sus sesiones de terapia psicológica y empezamos a hablar, su pie derecho cobra vida propia. Y después la pierna entera. Ella habla, sonríe, se entristece, llora… y su pie y su pierna parecen estar viviendo la narración con la misma intensidad.

En las primeras sesiones Teresa no era consciente de ese movimiento; tras hablarlo con ella empezó a relacionarlo con el relato que iba haciendo de sus vivencias de trauma. Y se disculpaba conmigo; ya se sabe (modo ironía activado) que no está bien mover el cuerpo cuando estamos hablando con alguien, es de mala educación.

Ahora Teresa es capaz de identificar cuándo ese “tembleque” (ella lo llama así) es producto de la hiperactivación de su sistema nervioso simpático (y entonces se da permiso para temblar y para ir regulándose poco a poco). Y también cuándo es un movimiento residual que puede dejar de hacer simplemente prestándole un poco de atención consciente.

Y es que el cuerpo tiene un lenguaje propio que nos da mucha información y en terapia hay que trabajarlo. Ya lo dice el título de uno de los libros de Bessel Van der Kolk, referente indispensable en el estudio del trauma psicológico: el cuerpo lleva la cuenta.

¿A qué me refiero en el título con que el cuerpo es llave y cerradura?

Imagina que en una habitación vas guardando pertenencias significativas para ti que quieres tener a buen recaudo. Si esa habitación está en una zona que no controlas todo lo que te gustaría, lo normal será que le pongas un candado o una cerradura en la puerta; y para abrirla necesitarás una llave.

Esto es exactamente lo que hace nuestro cerebro con las memorias traumáticas. Mediante el mecanismo de la disociación vamos almacenando fuera de la consciencia los eventos que no hemos podido procesar y los guardamos bajo llave.

Y aquí es donde entra en juego la memoria somática o corporal. Todo evento que implica una activación emocional lleva asociada una respuesta corporal; cuando la activación es “manejable”, la huella corporal que deja también lo es. Pero cuando la experiencia es intensa las sensaciones que notamos en el cuerpo aumentan su potencia, pudiendo ser muy agradables o muy desagradables, dependiendo del tipo de situación que estemos afrontando.

Un ejemplo: trata de recordar una experiencia placentera que hayas tenido hoy mismo. ¿Serías capaz de fijarte en cómo se ha sentido tu cuerpo? ¿Se ha relajado? ¿Has notado algo agradable en el pecho? ¿Tal vez en el estómago? 

Es gustoso, ¿verdad?

Muy probablemente estas sensaciones agradables se hayan dado en el pasado cada vez que has vivido una situación parecida. Y volverá a ser así en el futuro. El cerebro almacena en neuroredes un montón de información relativa a las experiencias significativas que vivimos: pensamientos, emociones, formas de actuar, imágenes… y, por supuesto, información corporal asociada a todo este contenido. Por eso el cuerpo lleva la cuenta.

Ahora bien, ¿Qué sucede cuando una experiencia no es tan agradable?

Exactamente lo mismo, sólo que donde antes decíamos que había una sensación de relajación y bienestar, ahora la habrá de tensión, agitación o bloqueo.

Luis estaba viviendo una situación personal difícil cuando llegó a terapia. Su mujer le había planteado el divorcio y él no sabía qué hacer con su vida. No dormía bien, le costaba concentrarse en el trabajo, no disfrutaba de ninguna actividad y se sentía desesperanzado ante el futuro. Y a cada pregunta que yo le lanzaba sobre cómo se sentía le seguía siempre una de estas dos respuestas: “bien” o “mal”. Y si la pregunta se refería a qué sentía en el cuerpo la respuesta era “nada. ¿Tendría que sentir algo?”.

Poco a poco Luis comenzó a identificar la cabeza como la zona del cuerpo en la que se concentraban sus sensaciones corporales; sentía “una presión” que fue dando paso a localizar sensaciones en otras partes (estómago, piernas…). A medida que fue consciente de que tenía un cuerpo más allá de la cabeza, aprendió a manejar las sensaciones que tenía bloqueadas y a manejar sus emociones con más soltura. 

Volvamos a la llave y la cerradura; tanto Teresa como Luis se enfrentaron en su terapia a historias de trauma, y sus cuerpos hablaron por ellos. En el caso de Teresa a través de un estado de agitación que se traducía en el “tembleque” que era incapaz de identificar al principio de la terapia, propio de la hiperexcitación de su sistema nervioso simpático. En el caso de Luis mediante una especie de anestesia impuesta por el sistema nervioso parasimpático que le impedía sentir su cuerpo más allá de la cabeza..

En posteriores entradas profundizaré en el apasionante mundo del sistema nervioso (y esta vez no es ironía. Conocer cómo funciona es realmente interesante) y en cómo podemos regularlo.

Retomando los casos de Teresa y Luis, en ambos casos sus cuerpos se estaban defendiendo de sensaciones aversivas que no querían revivir y que en su origen disociaron almacenándolas en la habitación de la que hablábamos al inicio. Como expliqué en esta otra entrada, el cuerpo se convierte en cerradura porque mediante la sintomatología disociativa aprende a desconectar (absorción), no sentir el cuerpo (despersonalización) y no recordar (amnesia) las vivencias traumáticas, con el coste que eso tiene para nuestro funcionamiento cotidiano.

¿Y por qué el cuerpo es también la llave?

Porque el trabajo corporal en terapia es la única forma de acceder a esas sensaciones disociadas y, por tanto, poder trabajar las memorias traumáticas. 

La terapia EMDR, de uso frecuente en Grama Psicología, es altamente eficaz en el trabajo corporal ya que permite reducir la intensidad de las sensaciones aversivas (las que no queremos sentir) y aumentar los recursos con los que podemos manejar tanto esas sensaciones como nuestras heridas emocionales. 

De esta forma el sistema nervioso se regula de una forma más eficaz, reduciéndose tanto la hiperactivación (el tembleque de Teresa) como la hipoactivación (la anestesia de Luis).

Más allá de la terapia psicológica, trabajar de forma cuidadosa con el cuerpo en diferentes entornos es muy beneficioso para el bienestar emocional porque es una forma de desbloquear (la cerradura) y manejar (la llave) nuestras reacciones emocionales. Como dice mi profesora de pilates, “cuidar el cuerpo, que no tenéis más que uno”.

En Grama Psicología aún no somos expertos en Pilates, pero si te animas a cuidar el cuerpo a través de la terapia psicológica especializada en apego, trauma y EMDR no dudes en contactar.

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