El hilo de Ariadna: la terapia como un acto de amor (propio)

el hilo de Ariadna

Cuenta la Historia de la Antigua Grecia que hubo un tiempo de enconada rivalidad entre Creta y Atenas. La crueldad era una herramienta de uso habitual entre ambos territorios a la hora de resolver sus conflictos de poder.

Cuenta la Mitología Griega que en medio de tanta hostilidad surgió una historia en la que el amor cambió el rumbo de los acontecimientos.

Existía en Creta un ser llamado Minotauro (mitad hombre, mitad toro) que habitaba un laberinto. Y existía también un tributo que cada año Atenas debía pagar a Creta por orden del Rey Minos como consecuencia de las guerras entre ambas: enviar a catorce jóvenes (siete chicos y siete chicas) al laberinto para alimentar al mitológico ser. 

Y también cuenta el Mito que Teseo, hijo del Rey de Atenas, se rebeló ante tal crueldad y se ofreció como cebo para el Minotauro para poder enfrentarse a él y derrotarlo. Minos, Rey de Creta, aceptó creyendo que tampoco Teseo sería capaz de salir con vida del laberinto.

El amor lo puede cambiar todo

Pero el Rey Minos no contaba con que el amor lo puede cambiar todo. Ariadna, su hija, se enamoró de Teseo cuando éste pisó Creta y le propuso un trato: ayudarlo a derrotar al Minotauro a cambio de que él la aceptara como esposa y pudieran regresar juntos a Atenas. 

Teseo aceptó y recibió de Ariadna tres elementos que le ayudarían en su gran reto: una espada con la que derrotar el Minotauro, un hilo dorado (que dejó atado a la entrada, que desenrolló a medida que se adentraba y que volvió a recoger para huir del laberinto) y su presencia y apoyo incondicional.

Y de esta forma el temible ser mitológico fue derrotado por el amor.

Venir a terapia es un acto de amor propio

¿Por qué esta historia en un blog de psicología? Porque no dista mucho de lo que supone un proceso terapéutico: un acto de autocuidado en el que, con la ayuda de otra persona que nos proporciona herramientas, podemos enfrentarnos a nuestras heridas y traumas.

Venir a terapia es un acto de amor propio. Y amor propio no es lo mismo que arrojo o gallardía (que a veces también). Es un acto en el que ponemos en valor nuestra salud y, como hizo Teseo, a veces también nuestra integridad y dignidad. Y lo hacemos con un objetivo: cambiar el estatus quo de nuestro funcionamiento interno para afrontar las dificultades con otros recursos. Así como Teseo quiso cambiar el yugo que Creta imponía a Atenas.

No sabemos si Teseo contaba a priori con que necesitaría algún tipo de ayuda. Cuando iniciamos un proceso terapéutico normalmente ya hemos intentado resolver nuestras dificultades tirando de nuestros recursos y no hemos podido hacerlo solos. En Atenas bien sabían que no podrían derrotar al Minotauro si no cambiaban de estrategia.

Y ahí es donde apareció Ariadna como figura de ayuda, con su hilo, su espada y su presencia. 

Ahí es donde aparece la figura del terapeuta para guiar el proceso de cambio que cada persona viene a buscar a terapia. María, Luis, Sara, Alberto… esperan encontrar a su particular Ariadna en la puerta del laberinto y que les proporcione los recursos necesarios para enfrentarse a su propio laberinto, monstruos incluidos.  

La espada, el hilo y la presencia

Y como Ariana hizo con Teseo, los terapeutas ofrecemos tres tipos de recursos para que la persona que viene a terapia pueda desenvolverse dentro de su propio laberinto:

  1. La espada. Herramientas de empoderamiento para fortalecer la autoestima que tienen tres funciones: reafirmar nuestra identidad; ayudarnos a reparar heridas; potenciar la toma de decisiones eficaces para afrontar problemas inmediatos.
  2. El hilo. Orientación, guía, motivación externa. Para conocer mejor nuestra historia, saber traducirnos en el día a día y definir nuestras metas vitales. Y también para mantener el sentido del propio proceso terapéutico: toda terapia tiene un para qué que debe estar presente en cada paso que damos.
  3. La presencia. El vínculo seguro y constante que necesitamos para enfrentarnos a nuestras heridas y crecer. Esa presencia que Teseo no tuvo en su infancia (debido, de nuevo, a las luchas por el poder). Ese apoyo incondicional que en muchas ocasiones no hemos tenido todo lo disponible que habríamos necesitado y que la figura del terapeuta debe proporcionar.

Una aclaración antes de terminar: 

Los terapeutas no somos dioses. Ni lo somos, ni es conveniente que las personas que vienen a terapia nos vean como tal.  Igual que la terapia no es cuestión de fe, sino de ciencia. Y de vínculo.

Por eso, si algún día te animas a hacer terapia, recuerda que no hay nadie que sepa más de ti que tú.

Y si decides hacerla en Grama Psicología, estaré encantado de guiarte por el laberinto de tus emociones.

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