
¡Alerta, spoiler!
No, el síndrome postvacacional no existe. Lo que no quiere decir que tú, y otras muchas personas, tengan dificultades para retomar la rutina tras las vacaciones.
En este post te contaré algunas claves de qué es lo que nos hace tan difícil la vuelta a la vida cotidiana y cómo gestionar esa dificultad introduciendo rutinas sencillas de autocuidado.
Y en la línea de los post publicados en los últimos meses, con testimonios (siempre anónimos) de personas que en estas fechas retoman sus sesiones de terapia y plantean este tema como un asunto central a tratar.
¿Por qué te he dicho nada más empezar que no existe el síndrome postvacacional?
Sé que lo habrás leído por muchas partes estos días. Y lo volverás a leer exactamente dentro de un año. E incluso no será muy diferente a lo que leas aquí. Pero hay algunos matices importantes que te pueden ayudar a manejar mejor los estados de ánimo asociados al final de las vacaciones de verano.
Por un lado, un síndrome es (según la RAE) “un conjunto de síntomas característicos de una enfermedad o un estado determinado”. Terminar las vacaciones y no tener ganas de volver al trabajo no es una enfermedad; en todo caso marca nuestro estado de ánimo, pero lo puede hacer de formas diferentes y con sintomatología muy variada, por lo que es difícil establecer un cuadro muy definido.
Y por otro lado porque muchos de los signos que apreciamos en este cuadro son comunes a otros cuadros o estados de ánimo. Me refiero a la apatía, la anhedonia, la fatiga, los cambios del estado de ánimo sin causa aparente, la sensación de incapacidad para afrontar tareas cotidianas… Este conjunto de signos podemos verlos en personas deprimidas, con cuadros de ansiedad, personas en proceso de duelo… Y también podemos y solemos verlos en otras épocas del año que van más allá del verano. Por ejemplo, los fines de semana.
Por eso te propongo una mirada más amplia de esta cuestión; sé que puede sonar preocupante la idea de que lo que yo creía que me pasaba sólo en septiembre me puede pasar el resto del año. Pero esto también nos puede ayudar a prepararnos mejor, instaurar hábitos que nos pueden ayudar a largo plazo y, de paso, desestigmatizar al pobre mes de septiembre, que puede ser una época del año tan maravillosa como cualquier otra.
¿Cuáles pueden ser las causas de esta desgana postvacacional?
Seguramente muchas, pero me pararé en las cuatro que me parecen más significativas:
1- Las rutinas cotidianas no nos resultan satisfactorias. Esto es muy normal e incluso común porque muchas de las cosas que hacemos en el día a día no tienen una función primaria estimulante, sino más bien logística (cocinar, limpiar, ordenar, comprar, hacer gestiones…). Esto no es un problema en sí mismo; de hecho la vuelta del verano suele venir cargada, especialmente de gestiones. El problema viene cuando:
a) Descubrimos que nuestra agenda (en septiembre, en mayo o en enero) está plagada principalmente de este tipo de actividades.
b) Nos damos cuenta de que esa mecanización se ha instalado también en actividades significativas: la pareja, el trabajo, la vida social, el ocio, el colegio…
2- Las rutinas cotidianas me generan incertidumbre. Y esto es un problema importante porque la función principal de las rutinas es darnos seguridad. Sentarme en mi puesto de trabajo, encender el ordenador, reunirme con mi equipo y planificar las tareas semanales tendría que aportarme tranquilidad y foco. Pero si en vez de eso me ponen nervioso/a porque no me siento capaz de afrontarlo, desconfío de mi equipo o pienso que mi jefe o jefa no apuestan por mí, entonces nadaré en lo incierto. Esa rutina ya no es eficaz.
3- Nos hemos quedado enganchados a la vida vacacional. Y esto también es bastante normal. ¿A quién no le gusta bajar el nivel de estrés, la cantidad de responsabilidades, no trabajar o trabajar menos, hacer actividades estimulantes o disfrutar de amores fugaces de verano?
Este estilo de vida vacacional suele producir una alteración (que en muchos casos es una bendita regulación) de neurotransmisores como la oxitocina (contacto social), dopamina (logros, ejercicio, sueño), serotonina (disfrute, naturaleza) o las endorfinas (placer). La resaca química de la vuelta a la rutina nos altera, por eso añoramos los momentos de bienestar vividos. Está bien, no hay nada de malo en esa añoranza, siempre y cuando tomemos nota de lo que nos ha sentado tan bien para aprender de ello.
4- Temor al vacío. Y cuando vuelva, ¿qué? ¿Cómo voy a ser capaz de disfrutar? ¿Podré con todo lo que se me viene encima? Con lo bien que lo he pasado… ¡Ojalá el verano no acabe nunca!
Sí, no lo dudes, podrás con todo. Y tendrás satisfacciones en tu día a día, siempre y cuando reflexiones un poco sobre cómo encontrarlas. Estos tips tal vez te puedan ayudar.
¿Qué puedes hacer para manejar el (mal llamado) síndrome postvacacional?
1- Reajustar tus rutinas. Tanto las que ya tienes interiorizadas como las que has practicado durante las vacaciones. Y haz una purga. No muy grande, pero sí lo suficiente como para que se note que estás haciendo algunas cosas diferentes.
Empieza por las actividades básicas (sueño, alimentación, ejercicio físico, consumos). Añade una rutina nueva y elimina otra. Hazlo poco a poco (date entre 2 y 4 semanas), observándote y ajustándolas a tus necesidades, sin ceder. Lo sé, cuesta. Sí, tienes que esforzarte. Confía en que da resultado.
Eduardo me contaba hace unos días en nuestra sesión de terapia psicológica su último descubrimiento: caminar media hora nada más levantarse le ayudaba a empezar el día con más energía. Por sus horarios no siempre puede hacerlo, pero ha implantado su nueva rutina los fines de semana y al menos un día entre semana. También me contó que le cuesta madrugar, que quedarse en la cama es muy tentador… Y que va pensando en esas dificultades mientras se levanta, se pone las zapatillas, coge la botella de agua, se arma con su mejor podcast y empieza a caminar. Antes no.
2- Buscar retos nuevos. Sencillos, coherentes con tu temperamento y tu forma de ver la vida. Si tienes vértigo, no te compres un cofre-experiencia de salto en parapente. Pero busca algo que para ti sea estimulante y alcanzable. Revisa alguna actividad que te haya llamado siempre la atención y apúntate. Lee más, escribe, investiga sobre algún tema que te guste, imagina algún cambio que quieras hacer a futuro…
Tras un período de dudas y cierto estancamiento, Beatriz hacía la siguiente reflexión: “este verano he tenido tiempo para pensar con calma en lo que quiero a futuro, que se parece poco a lo que tengo ahora”.
3- Actualizar tus relaciones. No hace falta que cambies de amigos. Pero sí que revises a qué vínculos quieres dedicar más tiempo, cuáles te aportan y cuáles te quitan energía. Como relata Belén Jiménez en su Manual de gestión emocional para médicos y profesionales de la salud: “somos animales que nos podemos co-regular entre nosotros”. Por eso en momentos de estrés, falta de energía o dificultad para afrontar el día a día, es importante revisar quién nos hace bien y quién no tanto.
4- Revisar tu relación con el trabajo. Hace tiempo una persona me preguntaba en una sesión: ¿por qué me pongo tan mal los domingos por la tarde? Mi respuesta fue directa: porque tienes cuentas pendientes el lunes por la mañana. Esas cuentas tenían que ver con su trabajo y es algo que nos ocurre con relativa frecuencia. En estos casos el final de las vacaciones supone anticipar los retos a los que nos vamos a enfrentar; y si esos retos no son atractivos o no nos vemos capaces de afrontarlos, la idea de volver nos puede angustiar.
Estas son solo algunas posibles explicaciones al malestar típico de estas fechas y que, como ya has visto, no es exclusivo de esta época del año. También espero que las ideas que te propongo te puedan ser útiles. Pero ya sabes: no tienes por qué hacerlo solo o sola. Si la vuelta al cole se te hace difícil y está dañando tu autoestima, Grama Psicología es un lugar seguro en el que trabajar por tu bienestar.