Ya está aquí Halloween. Imposible no notarlo, con el aluvión de publicidad, estímulos e invitaciones al consumo y a la celebración de lo que no hace tanto celebrábamos como la noche de todos los santos.
La adopción de la costumbre anglosajona de honrar a los muertos ha supuesto un acercamiento más lúdico y festivo a la muerte… Pero ¿en realidad es Halloween un acercamiento a la muerte? ¿O es un “como si”, es decir una forma de hacer como que conectamos sin hacerlo en realidad? Más bien lo segundo.
Vivimos en una sociedad muy evitativa. Hablar de la muerte supone pararnos a sentir el miedo, la tristeza o el enfado que conlleva esta realidad
Ese parón nos incomoda. Lo evitamos constantemente aún sabiendo que en algún momento hay que afrontarlo.
Y en estas llega Halloween y nos ofrece un atajo: hagamos como que celebramos la muerte, cuando en realidad estamos celebrando que tenemos un día festivo, con suerte un puente, que aprovechamos para descansar, irnos de viaje o salir de fiesta. Por eso puede que leer este post te resulte incómodo. No te preocupes, son sólo 5 minutos, después el mundo volverá a su ritmo desenfrenado y podremos volver a hacer como que la muerte no va con nosotros.
Desde el punto de vista emocional Halloween actúa como una defensa, es decir, como un mecanismo de protección ante una realidad dolorosa: la muerte es parte de la vida. Además está revestido de muchos mandatos sobre cómo afrontarlo: sociales, religiosos, culturales…
El mandato social de Halloween ha cambiado al ritmo que lo hace nuestra cultura: de ser un día de recogimiento en el que recordar a las personas fallecidas a ser un día festivo en el que se nos incita a disfrazarnos y festejar, pero sin profundizar demasiado, que eso duele.
Halloween nos permite dar vueltas alrededor de la muerte sin llegar a conectar con ella de verdad
Pero ¿Qué pasa cuando nos enfrentamos a la muerte en la vida real, sin fiestas, máscaras o pasajes del terror de por medio? Por ejemplo, cuando muere alguien cercano, cuando ese alguien o yo mismo he estado cerca de morir, cuando sobreviene una enfermedad grave, etc.
Por un lado, que los mecanismos de defensa evitativos mencionados unos párrafos antes no funcionan. Ya no podemos hacer “como si” la muerte se acercara porque de una u otra forma la tenemos delante. El dolor empieza a acumularse. Y como los humanos tropezamos una y mil veces con las mismas defensas, tendemos a seguir adelante “como si” no nos afectara. Esta disonancia tiene consecuencias emocionales que en muchas ocasiones tenemos que abordar en procesos de terapia psicológica.
Pero antes de ir con ellas, un breve repaso a cómo evoluciona nuestra percepción de la muerte. Si quieres profundizar, te dejo este este link a la web de la Fundación Mario Losantos del Campo, que ofrece guías de descarga gratuita muy interesantes sobre duelo infantil y adulto.
En los primeros años de vida cuando se produce una pérdida tomamos consciencia de ella a través de lo que percibimos en nuestro entorno, sobre todo por el cambio en las rutinas y en el estado de ánimo de los adultos que nos rodean. Pero aún no entendemos que la muerte es algo irreversible y que la persona que ha fallecido no va a volver.
A partir de los 3-4 años empezamos a ser conscientes de la pérdida por nosotros mismos y a la vez seguimos percibiéndola como algo no definitivo. Notamos la ausencia, esperamos la vuelta de la persona que ha muerto y esta no llega, lo que genera mucha confusión y malestar.
En la etapa de Educación Primaria nuestro desarrollo cerebral produce un cambio clave en la percepción de la muerte: asumir que es algo irreversible y que nos puede afectar a todos y todas. A mí también. Esta evolución nos hace ser muy vulnerables ante la idea de la muerte y empezar a desarrollar mecanismos más conscientes de negación de la misma.
Ya en la adolescencia comprendemos la muerte en su totalidad y eso nos irrita. No queremos que el grupo nos juzgue si hemos tenido una muerte cercana y a la vez necesitamos compartir con los iguales esa angustia que, a medida que nos acercamos a la adultez, nos lleva a cuestionar si todo lo que nos han contado sobre la muerte (incluido Halloween) era verdad.
La muerte nos plantea un dilema que no podemos resolver: vivir implica morir
Y cerramos el círculo volviendo a la edad adulta y al afrontamiento de la muerte. Irvin Yalom, psiquiatra, psicoterapeuta y representante destacado de la psicoterapia existencial, habla de ella como una de las cuatro grandes preocupaciones existenciales del ser humano (las otras tres son la soledad, la libertad y el sentido de la vida).
Y ese tipo de dilemas, especialmente este, nos abruma, por eso lo evitamos o, como hacemos en Halloween, damos vueltas alrededor de él, como quien da vueltas por la orilla de un lago mojándose los pies en el agua fría pensando que ya se ha bañado.
¿Cuáles son las consecuencias de evitar pensar en la muerte como una realidad?
Por un lado, tenemos más dificultades para elaborar los duelos, tanto los más difíciles (fallecimientos de seres queridos, enfermedades, accidentes, cambios repentinos…) como las pérdidas más cotidianas (pequeños cambios de planes, despedidas de personas con las que tenemos poco vínculo, pérdida de objetos de poco valor…).
Por otro lado, es más fácil que afloren duelos no resueltos del pasado en momentos de estrés, ante situaciones que el cerebro asocia con duelos pasados o ante la aparición natural de nuevos duelos.
Finalmente, en base a lo que señala el Manual Diagnóstico DSM V en relación al duelo patológico, es habitual que estas dificultades cursen con síntomas como:
– Añoranza cotidiana intensa por lo perdido.
– Preocupaciones y pensamientos intrusivos recurrentes sobre la persona (u objeto) desaparecido.
– Sentir que una parte de nosotros también ha muerto.
– Incredulidad marcada sobre la pérdida
– Evitación de sentimientos, situaciones, lugares, recuerdos…
– Dolor emocional intenso
– Dificultad para retomar la vida cotidiana
– Aturdimiento
– Soledad
– Falta de sentido de la vida
Todos estos síntomas son muy comunes en un duelo, pero suelen durar relativamente poco e irse desvaneciendo. Son patológicos cuando persisten en el tiempo o aparecen “cuando no toca”. Estaríamos ante señales de duelo difícil no resuelto o de acumulación de los mismos.
En Grama Psicología no hay espacio para el “Truco o trato” con el dolor emocional
Sí lo hay para el trabajo de reparación y autocuidado. Por eso, si sientes que es tu caso, aquí tienes tu espacio terapéutico disponible.