La terapia es para gente con traumas (1)

La terapia es para gente con traumas (I)

En las próximas líneas continuamos avanzando en el propósito con el que arrancamos en la entrada anterior: seguir trayendo la terapia al blog. En el caso de esta y de la siguiente entrada le toca al turno a un concepto controvertido y muchas veces mal explicado y poco entendido: el trauma.

En terapia psicológica es muy común hablar de “la herida” para referirnos a la fuente de la que brota gran parte de nuestro dolor emocional. Etimológicamente “trauma” y “herida” son palabras hermanadas, por lo que en el ámbito terapéutico es importante manejar el significado que hay detrás de ellas.

Y como todo concepto que se utiliza con frecuencia, la palabra trauma ha adquirido connotaciones y usos coloquiales que la desvían de su sentido original. Más adelante veremos cómo algunas de esas acepciones se cuelan en la terapia, lo que nos obliga a hacer un trabajo clave de psicoeducación para reestructurar su significado y, en muchos casos, darle el valor que merece.

Elementos comunes del trauma psíquico

Antes de entrar ahí, un poco de encuadre y acotación. En el contexto terapéutico cuando hablamos de “trauma” nos referimos a trauma psíquico. Las diferentes formas que éste adopta comparten dos elementos comunes:

  1. Hablamos de experiencias que han tenido un impacto significativo sobre la vida de la persona.
  2. Afecta principalmente a:
  • Cómo nos vemos (autoconcepto-autoestima).
  • Cómo creemos que nos ven.
  • Cómo nos relacionamos con el mundo en función de cómo nos vemos y de cómo creemos que nos ven.

Un ejemplo sencillo: me veo como una persona insegura; creo que los demás me ven como alguien arrogante; pues bien, es probable que me relacione con los demás mostrándome como alguien arrogante hacia fuera a la vez que sentiré mucha inseguridad hacia dentro.

Dicho esto, ¿Qué es lo que suelen decir las personas que vienen a terapia sobre el concepto de “trauma”? Vamos con algunas ideas:

“Conozco a gente que sí tiene traumas de verdad porque han perdido gente importante, han tenido una enfermedad grave, un accidente…”

Lo que a veces identificamos como “traumas de verdad” es lo que denominamos técnicamente trauma simple. Se trata de un evento que tiene impacto en un momento concreto, con un inicio y un fin definido que sabemos identificar. Por ejemplo, la pérdida repentina de un ser querido, una enfermedad grave, un accidente, una catástrofe natural, una guerra, abusos sexuales…

Y por otro lado tenemos el trauma complejo, que se refiere a las experiencias en las que las figuras que deben cuidar de nosotros y protegernos, nos hacen daño. Este tipo de vivencias no tienen un inicio y un fin definidos, se van extendiendo en el tiempo y nos dañan por puro desgaste; suelo explicarlo como experiencias que nos van cayendo gota a gota: cada una por separado no parecen graves pero la suma de todas es demoledora para nuestra autoestima. 

¿Es más grave un tipo de trauma que otro? De esto hablaré en la siguiente entrada, pero como anticipo, dependerá principalmente:

  • De la intensidad del impacto agudo (en el caso del trauma simple) o de la profundidad del “gota a gota” (en el caso del trauma complejo).
  • De los recursos de que dispongamos para absorber el evento o eventos. 

No obstante, en ambos casos estamos hablando de trauma, es decir, de experiencias dolorosas que afectan a nuestra salud, nuestra autoestima y que condicionan cómo nos relacionamos con los demás. 

“Mi infancia fue muy feliz”

Sin meternos en el arduo debate de qué es ser feliz, a veces es más sencillo rebatir esta frase haciendo un listado sobre qué NO es ser feliz. Cuando en terapia empezamos a explorar cómo fueron nuestras primeras relaciones vinculares y cómo se fueron moldeando nuestras bases de apego, en un gran número de casos empezamos a desmontar la idea de que nuestra infancia fue feliz. 

Y eso cuesta, nos resistimos, no nos gusta. Incluso hay personas que se enfadan (me incluyo) cuando su terapeuta se lo refleja.

Veámoslo con perspectiva: ¿qué pensaríamos de la infancia de alguien que:

  • Tuvo cuidadores poco empáticos
  • No recibió unos mínimos de refuerzo y reconocimiento de sus logros, pero…
  • Sí recibió constantes críticas y exigencias por su forma de ser o de comportarse.
  • Sentía miedo de las personas que le tenían que proteger
  • No tenía permiso para explorar, jugar, ir con otros niños o niñas
  • Apenas recibía cariño en forma de contacto físico (caricias, abrazos, besos) ni de palabras ni de una mirada amorosa?

Son sólo algunos ejemplos de lo que descubrimos en terapia cuando vemos nuestra infancia con perspectiva y de la mano de un profesional que nos pregunta más allá de la primera impresión. Y (supongo que estaremos de acuerdo) alguien que tuvo estas vivencias en su infancia parece difícil que fuera feliz.

Eso no quiere decir que todas las experiencias de esta hipotética persona estén marcadas por estas vivencias. No es un todo o nada; se pueden tener recuerdos “felices” a la vez que  un apego inseguro de fondo que va marcando nuestra forma de vincularnos con el mundo.

“Yo no tengo traumas”

Si has llegado hasta aquí es posible que tus esquemas sobre lo que es o no es el trauma psíquico ya hayan cambiado un poco. 

Eso es exactamente lo que va ocurriendo en muchos procesos de terapia; al inicio atribuimos nuestros síntomas de malestar a algo concreto que nos acaba de ocurrir (estrés en el trabajo, una discusión con la pareja, un cambio de residencia, acumulación de vivencias difíciles…). Poco a poco, según vamos explorando en nuestra historia de vínculos, vamos haciendo conexiones más profundas, y ahí es donde empezamos a ver que es posible que sí tengamos algún nivel de trauma emocional.

Las estadísticas respaldan lo que vemos en terapia: el trauma provocado por haber sufrido ausencia de cuidados emocionales suficientes, negligencia o violencia (no sólo física; la verbal y la psicológica también cuentan, y mucho) es muy habitual en nuestra sociedad. Es duro de asumir pero cuando entendemos qué es el trauma y cómo afecta a nuestra vida emocional, somos más capaces de aceptar que puede que a mí también me haya afectado. 

Todas estas líneas hablan de trauma. Y como toda lectura con carga de profundidad, hay que digerir. Como también sabemos que el trauma abarca más ideas y reflexiones compartidas en terapia, seguiré desarrollándolas en la próxima entrada de este blog.

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